Casi todos sabemos desde la razón que es lo que deberíamos hacer para no sufrir estrés, pero también casi todos reconocemos los síntomas físicos o de conducta que el estrés causa en aquellos que tenemos próximos ya sea en el trabajo o en la familia, pero casi nunca reconocemos los propios.
Por qué?
Porque una cosa es el conocimiento racional e intelectual y otra muy distintas es el conocimiento o sabiduría emocional.
Nosotros nos observamos a nosotros mismos a través de una óptica muy especial y con unas lentes deformadas a nuestra conveniencia.
Nos auto engañamos constantemente, y utilizamos mil y una trampa para no reconocernos a nosotros mismos tal y como somos, o tal y como estamos en cada momento.
Por qué hacemos esto que además suele ser de modo inconsciente?
Generalmente porque tenemos miedo, miedo de encontrar en nosotros sensaciones, comportamientos o emociones que no nos gustan, que a lo mejor no consideramos «social o políticamente correctas».
No nos sentimos a gusto con nosotros mismos, o consideramos que si realmente fuésemos sinceros no encajaríamos con lo que los demás piensan y dicen que debemos ser o actuar.
Por eso es necesario que recurramos a la ayuda de alguien ajeno. Porque como dice una amiga «Recetas doy que para mí no encuentro»
Esta amiga de la que comento esta frase, es terapeuta, y como dice ella conoce todos los instrumentos necesarios para cambiar su modo y forma de afrontar el mundo, pero desde la razón, y no es capaz de trasladar esos conocimientos a la emoción, a su ser más profundo.
Cuando le recomendamos a otros lo que deberían hacer, todos somos sabios, pero sin embargo casi nunca aplicamos dichas recetas en nosotros mismos y por ello nos perdemos gran parte de los beneficios que dichos conocimientos podrían aportarnos a nuestra vida.
Es tan difícil el auto análisis, la auto observación y la atención al cuerpo y a la mente propia.
Requiere un trabajo y una voluntad constante, requiere caídas y tropezones, pero también requiere que te lo plantées de modo serio.
Y casi nunca suele ser así, hasta que llevamos un susto a nivel de salud.
Por desgracia hasta que nuestro cuerpo no dice «basta», no somos capaces de parar el mundo y bajarnos.
A esta amiga que ahora está sufriendo este susto, todo mi ánimo, mi aliento y mi mano extendida, porque lo importante no es cuantas veces te caigas, sino cuantas te levantas.